21 de febrero de 2016. Casi dos meses han pasado antes de tener el ánimo necesario para redactar mi crónica del día de autos. La lección está aprendida, el físico recuperado, pero el orgullo sigue dolido después del tiempo transcurrido.
Sacando tiempo de donde no lo tenía había logrado seguir el plan de entrenamientos de manera milimétrica, sin embargo en la salida no pude evitar sentir algunas dudas. Tanto Samuel como yo habíamos hecho grandes entrenamientos pero a los dos se nos habían torcido las cosas en las últimas semanas. Algunos problemas musculares, tal vez consecuencia de la acumulación de kilómetros. El día amanece extraño, no está claro si el tiempo será hoy será un aliado o no. Rebajamos las expectativas iniciales minutos antes de salir, prácticamente sobre la marcha. Algo extraño flota en el aire, aunque nos intentamos dar ánimos mutuamente. Los primeros kilómetros son cómodos, ¡faltaría más!, para todo el mundo lo son. Nos metemos en un grupo grande, parece un buen sitio pero nadie está muy dispuesto a colaborar. En cuanto el viento empieza a pegar de cara todo el mundo se esconde. En ese momento me enfado, ¡vaya cobardes!, si no tira nadie yo lo haré, lo importante es el ritmo pienso...¡que idiota!....lo importante no es el ritmo hombre, es guardar energía, no regalar nada, esconderse en los tramos malos. Amarga lección.
Los tiempos de paso correctos, incluso un poco conservadores, pero ya antes de pasar por mitad de carrera algo nos dice que la cosa no estaba funcionando, nos lo vemos en la cara, aunque no digamos nada. Es dificil definirlo, es una sensación extraña, pero a partir del 25 ya se siente incomodidad, se agunta el ritmo pero notas que las fuerzas se están escapando por alguna extraña gotera. Intentas evitarlo, cambias el estilo, buscando la mayor economía de carrera, no giras la cabeza, bebes más en cada avituallamiento, pero no sirve de nada. Pasado el 30 Samuel se queda. Me cuesta entenderlo en ese momento, queda tan poco...bajas el ritmo si quieres y llegas, pienso, el 2:40 esta ahí al lado. Pasa un kilómetro y es mi cuerpo el que se niega a seguir. Primero bajas estrepitosamente el ritmo, cabeceas, no te lo crees...¡nunca me he parado! ¡no puede ser!, al final te paras, no hay remedio. A falta de diez kilómetros para llegar al estadio me planteo donde ir. Mis hijos me esperan en la llegada, no hay opción. Esos últimos diez mil metros se convierten en un infierno, caminas, trotas, cojeas, te paras a beber con ansia y poco a poco se te va poniendo un nudo en la garganta. Era mi oportunidad de hacer una buena marca, una de las últimas, ni la edad ni las circunstancias me van a permitir preparar una maratón de esta forma en el futuro. Entro en meta llorando a lágrima viva, pensando en los duros entrenos, en las frias noches de series en el parque. Es injusto. Cuando más trágico parecía todo alguien se me acerca riendo a mandíbula batiente. Mi padre. - Esto es así, ¿qué te pensabas?, a mi me ha pasado al menos media docena de veces...,te aguantas y sigues o te pasas al mus...-.
En la primera mitad de carrera las caras transmiten confianza |
No hacen falta más descripciones |
Se que tiene razón pero los días siguientes no puedes evitar rebobinar una y otra vez la carrera y hacerte la misma pregunta: ¿porque? ¿qué falló?. He llegado a la conclusión de que no hay respuesta, pudieron ser muchas cosas o tal vez ninguna de las que he imaginado: el viento, el calor, un mal grupo, poco descanso, no me hidraté, llegué pasado de vueltas, me faltaban entrenos, el tirón en la espalda de la última semana, las zapatillas....imposible, cada vez que alguien me ha preguntado por lo que me pasó tenia lista una teoría distinta. No merece la pena. Ya me he resignado. Esto es así y hay que pasar página. Lo peor ha sido quedarte sin ganas de correr, sin objetivo, sin motivación, tener que resetearte y empezar prácticamente desde el principio. Pero esto también lo superaré.
Foto Sevilla Corre. |